Así como al médico le preguntan –y siempre en los momentos más inoportunos- “doctor, ¿qué puedo tomar para esta comezón?” a quienes transitamos por el camino del teatro la interrogante se traduce en: ¿me da algunos consejos para actuar mejor?
Entiendo la pregunta, porque siempre viene de jóvenes a los cuales les interesa mejorar su rendimiento actoral, o en otros casos empezar en el quehacer escénico. La complicación viene cuando quienes me hacen la pregunta, son estudiantes de actuación.
Esto me retrotrae a los inicios, a los famosos ejercicios de actuación, y voy a analizar algunos de ellos y quienes los han “sufrido” me entenderán.
PRIMER EJERCICIO:
Estamos en el salón con ropa cómoda y descalzos, frente a nosotros un gran espejo, el profesor da una orden: ¡a desvestirse! Nos quedamos haciendo una exhibición de calzoncillos y truzas de lo más variada (Victoria Secret se queda chica) y esperamos entre confundidos y temblorosos (por el frío) la segunda orden:
Párate frente al espejo y dí que ves:
Obviamente lo que uno ve es a un tipo calato con cara de idiota, tratando de disimular el calzoncillo del hombre araña que se le ocurrió usar ese día, mientras el profe insiste: ¿qué ves en el espejo? Y comienza lo bueno. Ni Freud lo haría mejor, uno empieza a ver a un ser con traumas desde la etapa fetal, hasta el día en que el cuerito lo mandó a rodar y se juró meterse a cura –claro, siempre y cuando no logre ser actor- y luego de narrarle a la clase todas sus miserias sicológicas termina llorando como si estuviera cortando cebollas a pellizcones.
SEGUNDO EJERCICIO:
Caminar como un gusano cimbrando todo el cuerpo, formar circulo, cogerse de la mano y levantar una pierna, luego otra.
De lo que se trata es de hacer que el actor sea dúctil con su cuerpo, en otras palabras volverlo gelatinoso como una babosa, moldeable y cimbreante como una lombriz y que parezca que sus huesos se han ido de vacaciones y sólo ha quedado la masa muscular envuelta en un pellejo que sufre ante cada estirón y contracción a veces antinatural.
TERCER EJERCICIO:
Boxear contra alguien imaginario.
Eso sirve sólo si vas a representar la vida de Muhammad Alí, o de Kina Malpartida (Campeona mundial de boxeo, ¡arriba Perú!) pero ni modo, si el profe lo dice, el sabe porqué lo dice, y ese es un problema aparte, que el alumno crea que porque su profesor le hace ejecutar muchos ejercicios es lo máximo, no siempre un profesor simpático es eficiente.
CUARTO EJERCICIO:
CUARTO EJERCICIO:
Adoptar posturas ridículas mientras el resto de compañeros se mata de risa por lo estúpido del movimiento y gestos.
Dizque para controlarte si es que el público se burla de ti y tienes unas ganas locas de bajarte a la platea y arrancarle la dentadura postiza a la vieja que –aún después de haber pasado la escena graciosa- se sigue contorsionando de risa con el peligro de que se le mueva el pañal y moje la butaca.
QUINTO EJERCICIO:
Uno arruga un papel mientras otro hace movimientos acorde con el sonido, dizque es la traducción de la sonoridad en movimiento.
Jamás lo he utilizado en la elaboración de un personaje, pero al menos me divertí de lo lindo viendo a mis compañeros arrugar un metro cuadrado de papel, mientras otros componían las figuras mas grotescas que se les venía a la mente, tratando de darle “movimiento a la sonoridad”, algo que ni la profesora fue capaz de hacer. Lo único que hizo fue un papelón inmenso.
SEXTO EJERCICIO:
Contorsionar el cuerpo empezando de la cabeza, torso, cadera y piernas.
Es una mezcla de bailarina del vientre, jugadora de hula-hula y enfermo de epilepsia en medio de un ataque.
Siempre me pregunté cómo se vería Moliere o Aristófanes (que también actuaban) haciendo este ejercicio dizque para darle flexibilidad al cuerpo para que el personaje “fluya con naturalidad”. A menos que mi personaje tuviera un tic nervioso, nunca lo utilicé.
Puedo seguir con –por lo menos- treinta ejercicios más, pero la pregunta está latente: ¿sirven de algo?
Me van a acusar de iconoclasta, de ir contra lo establecido, y de sacrilegio contra san Stanislavsky, pero esa no es la idea.
Desde el principio el teatro lo que ha hecho, y hace, es contar historias, esa es la etimología de drama: representación de conflictos. Los actores se han preocupado de contarlas bien, pero desde Stanislavsky (que ni siquiera se apellidaba así, sino Serguéievich Alekséyev) se han venido desarrollando diversos métodos basados en ejercicios que cada vez se alejan más de los requerimientos de los actores para hacer bien su papel.
Yo estoy de acuerdo en la preparación y aprendizaje de una técnica, pero en base a ejercicios que se utilicen de manera “inmediata” en la elaboración del personaje. Si me van a hacer darle “movimiento a la sonoridad” y el personaje que voy a representar es Harpagón, ya soné, de nada me va a servir.
Hay otro punto importante, la actuación no es la emoción, la actuación es la actuación, la representación, la mentira que se le plantea al espectador al sugerirle que “yo soy Harpagón”, cuanto más uno “viva” su papel, en base a técnicas adquiridas, más concentrado estará en la técnica, perdiendo la concentración en el personaje, esto le ocasionará stress y aunque no lo crea, el personaje se le escapará de las manos. Lo importante es tener el control del personaje reconociendo que la mentira siempre será la mentira, así funciona.
En realidad, el tiempo que se pierde en ejercicios inútiles hace que le quede menos tiempo al actor a entender al personaje que creó el autor, de qué se trata el conflicto de la obra, en qué época se desarrolla, etc., puntos valiosos en los que se debe centrar el actor para hacer mas creíble la historia.
Cuando mencioné el primer ejercicio (el del espejo) advertí que ni Freud lo haría mejor, pero ahora añado que también es muy peligroso jugar al psicoanalista sin serlo y estoy seguro –aunque nunca lo he hecho como profesor de teatro- que en nada se beneficia ni el alumno ni el profesor (aparte de enterarse de la vida íntima de sus pupilos) Al contrario en algunos casos puede aumentar su inhibición al estar conciente, después del ejercicio, de que no sólo se mostró como Dios lo trajo al mundo, sino que su interior se puso a disposición de todos para que se enteren de lo más profundo de sus traumas y complejos.
A veces tenemos que interpretar personajes que requieren de habilidades diversas, entonces entran en acción los ejercicios adquiridos y el “aprendizaje vivencial”, entonces el profe te manda a que te pases conviviendo con pandilleros para ser como uno de ellos (si es que sales bien, claro, y no te cae una pedrada en una “guerreada” de barrio), pero siempre he dicho que la observación es importante y suficiente. ¿Tienes que matricularte en un curso de cocina, porque tu personaje es un chef? No, simplemente básate en las líneas que dice y sé un chef.
Lo mismo sucede con la “evocación de emociones pasadas”. En la escena mi personaje sufre por la pérdida del padre, para sentir lo mismo, tengo que recordar –porque así lo dijo mi maestra- cuando mi padre se murió y llegar hasta las lágrimas.
Todo bien, salvo que sólo tengo segundos y a veces fracciones para recibir la noticia del personaje que me habla, recordar como fue el momento en el que me enteré de la muerte de mi padre, como reaccioné, reaccionar igual y hacérselo sentir a mi contraparte y al resto del público. Cuando lo he logrado, hace diez minutos que pasó la escena y cerraron el telón. Insisto, la reacción debe ser en base al texto, tratar de hacer asociaciones con experiencias pasadas quita tiempo y resta sinceridad a la actuación.
Para terminar, actuar es divertido, te hace sentir bien, te alegra la vida al contar una historia al público y que éste salga con algo nuevo y diferente al terminar la función, no tiene porque ser estresante, pero si nos vamos a estresar desde la preparación, y vamos a desperdiciar tiempo en cosas que no nos van a servir en el trabajo, es que algo no está caminando bien.
Desde los griegos, el arte del actor ha sido el arte de la “representación”, y eso sólo se adquiere practicando con textos, yo lo hago así, la técnica no es mala, al menos la vocal es importantísima y necesaria, pero hay otras que pienso están demás.
Salvo mejor parecer.