Como quiera que ha tenido acogida le publicación de anécdotas teatrales, continúo ofreciendo a mis lectores estos sabrosos momentos.
Aquí va la segunda parte:
En los años 80, Adela Gleijer llegó de Montevideo con su marido Juan Manuel Tenuta y aquí ambos retomaron su pasión por el teatro independiente. Cuando hacía un espectáculo en aquellos típicos sótanos, donde existía una gran cercanía con el público, la acción que definía a su personaje consistía en tratar de alcanzar, subrepticiamente, una cajita de pastillas ubicada en una mesa de apoyo. Su esfuerzo interpretativo estaba concentrado en transmitir la necesidad y dificultad de esa tarea, cuando, de pronto, advirtió que un dedo de alguien del público la corría hacia su lado para ayudarla.
Aquí va la segunda parte:
En los años 80, Adela Gleijer llegó de Montevideo con su marido Juan Manuel Tenuta y aquí ambos retomaron su pasión por el teatro independiente. Cuando hacía un espectáculo en aquellos típicos sótanos, donde existía una gran cercanía con el público, la acción que definía a su personaje consistía en tratar de alcanzar, subrepticiamente, una cajita de pastillas ubicada en una mesa de apoyo. Su esfuerzo interpretativo estaba concentrado en transmitir la necesidad y dificultad de esa tarea, cuando, de pronto, advirtió que un dedo de alguien del público la corría hacia su lado para ayudarla.
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Años atrás, la gran Hedy Crilla estaba en los ensayos generales de un gran éxito: Sólo 80, dirigida por su ex alumno Agustín Alezzo. En un momento, se hacía un apagón total y Crilla debía avanzar a oscuras hasta situarse en frente del escenario. Un actor, ubicado en el lugar, servía de guía para la actriz de avanzada edad (tenía 85).
Dominado por los nervios, este último demoró su salida, cuando se escuchó un fuerte golpe. Las luces se encendieron y no había nadie en la escena.
De pronto, se escuchó la inconfundible voz con acento alemán de Crilla:
-"Queridos compañeros, estoy en la platea".
Pies arriba, entre las butacas de la primera fila.
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Pero los adelantos técnicos también son fuente de innumerables anécdotas, la que sigue ocurrió en la época en la que aparecieron los primeros micrófonos inalámbricos. Una famosa actriz, con un famoso actor-productor, dejó la escena y se fueron a camarines, pero no les apagaron los trasmisores de sus ropas. A partir de ahí, en el escenario y en la sala se pudieron escuchar claramente, por los parlantes y a gran volumen, los gemidos, exclamaciones y jadeos provenientes de los camarines.
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Mencionaba en la anterior entrega, que Jesucristo Superstar tiene infinidad de anécdotas, sin embargo aquí en nuestro país, un equivalente muchísimo más antiguo a esa exitosa obra teatral es el montaje de “La Pasión”, que se representa en Semana Santa.
Mi gran amigo y maestro Ernesto Ráez, me ha hecho llegar tres anécdotas relacionadas justamente con esas puestas en escena en las que él trabajó, las cuales trasmito a ustedes:
Hacía de Longinos, el soldado romano que recupera la vista al hundir su lanza en el costado a Cristo crucificado. Un crucificado que tenía un especial sentido del humor –o de camaradería- ya que acostumbraba no ponerse calzoncillo mientras estaba colgado de la cruz.
Es de imaginarse la concentración que debía tener María al alzar los compungidos ojos al hijo y encontrarse con el "espectáculo de su prominencia fálica".
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En una presentación que se hacía en la plaza de toros de Acho un actor apellidado Salinas, hacía el papel de Jesús.
Como no era un lugar apropiado para las representaciones teatrales, a fin de mantener la acústica y visibilidad adecuadas, se representaba con altoparlantes y en vez de telones había apagones.
En el silencioso apagón que seguía a la muerte del crucificado se oye por los parlantes la angustiada voz de Salinas:
-¡Me caigo!
La misma que va in crescendo hasta resonar con toda intensidad seguida de un golpe seco:
- ¡Me caigo, carajo!
Se encienden las luces y se ve erguirse a un magullado Cristo "resucitado", pero dolorido.
Huelga decir que “La Pasión”, terminó en una gran carcajada del público.
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Sin embargo, es en provincias donde la representación era fuente de anécdotas y hechos curiosos.
Como era difícil y poco práctico movilizar extras (o supernumerarios) que solo decían una o dos líneas, los personajes de los doce apóstoles se completaban con boleteros, chocolateros, etc. Se les ponía una túnica, una barba de liga y a llenar los doce asientos de la famosa cena.
El público contaba que fueran exactamente doce, habida cuenta de que la compañía “venía de Lima” y como buenos provincianos no permitían que se les diese gato por liebre.
Sin embargo, en una ocasión, no pudieron conseguir más de once.
¿Qué hacer?
El actor que hacía de Pedro, experimentado en las tablas y ducho en el arte de la “morcilla” y las improvisaciones, dijo al resto de la trouppe:
- No se preocupen, yo lo arreglo.
Y muy suelto de huesos, al salir a escena agregó un texto:
- Maestro...
- Sí, Pedro.
- Maestro, Mateo encarga decirte que no va a venir a cenar esta noche.
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La obra de Don Juan Tenorio, da para muchas anécdotas. En la escena de la calle de la casa de Doña. Ana, cuando Don Juan le dice a Ciutti.- “Con oro nada hay que falle; Ciutti, ya sabes mi intento: a las nueve en el convento, a las diez, en esta calle”, el encargado de bajar el telón, debía estar distraído, y bajo el telón en el "intento" dejando al actor con la palabra en la boca, y esta claro que con un enfado considerable hacia el encargado del telón
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Cuéntase que una veterana actriz, interprete habitual del personaje de la “monja Superiora” en "Don Juan Tenorio" harta de oírse todas las noches un insulto cuando "el Comendador" dice aquello de "Imbécil, tras de mi honor que os roban a vos de aquí".Decidió decir lo siguiente.-
¿Donde vais comendador imbécil? El actor que representaba al comendador, no tuvo mas remedio que añadir.-Tras de mi honor que os roban a vos de aquí. Y de esa forma la actriz evito que la insultaran una vez más.
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Esto que a continuación relato, manifiesta lo importante de una buena "morcilla".
La obra comienza en la hostería del Laurel, en la que, durante las primeras siete breves escenas, don Juan escribe una carta, el hostelero y el criado Ciutti hablan de sus cosas, llega un embozado y después otro. Este segundo embozado que se llama don Diego, al entrar pregunta:
DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?
BUTARELLI: En ella estáis, caballero.
DON DIEGO: ¿Está en casa el hostelero?
BUTARELLI: Estáis hablando con él.El embozado se acomoda, llegan después dos señoritos sevillanos. Y se desencadena la acción de la trama.
Pues bien. Sin que se sepa por qué, el actor que interpreta al hostelero Butarelli, cuando concluye su diálogo con el primer embozado, don Gonzalo, en vez de quedarse en escena limpiando y trajinando, como indica la acotación de la obra, hace mutis, se marcha.
En ese momento entra en escena el segundo embozado, y pregunta:
DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?
Perplejo, advierte que en la hostería sólo se encuentra un embozado sentado a una mesa. No sabe qué hacer. Es imposible que el actor encargado del papel de Butarelli le responda por la sencilla razón de que no está. Breve y angustioso silencio. Pero surge la genial improvisación del primer embozado, que es Don Gonzalo:
DON GONZALO: En ella estáis, caballero. Ni está en casa el hostelero ni estáis hablando con él.Más de una vez, en el teatro nos salva el saber improvisar.
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Esta que me contaron y que ahora transcribo, es una prueba de cuan sensibles pueden ser los actores.
En la primera escena del Tenorio, algo muy grave debió sucederle al actor que interpretaba el papel de Butarelli (posiblemente una diferencia económica con el empresario) que le indignó. Y urdió con paciencia su fría venganza.
Se levantó el telón y empezó la acción...llega el instante en el que Don Diego (El padre de Don Juan) entra a escena
DON DIEGO.- ¿La hostería del Laurel?
BUTARELLI.- ¡En la acera de enfrente! (Tenia que contestar.-En ella estáis caballero)
El "hostelero" cerró bruscamente la puerta y dio con ella en las narices a todo el mundo, pues hubo de suspenderse la función en medio de un barullo escandaloso y colosal
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Hace ya algunos años, en un teatro de Madrid, se llevó a cabo una representación que estuvo plagada de sorpresas.
La obra llevaba ya varias semanas en cartel cuando uno de los actores, que hacía el papel de un alguacil, dejó el teatro para irse a trabajar a otro sitio, de modo que uno de los figurantes fue seleccionado para que hiciera su papel.
El texto era corto y muy sencillo:
El alguacil entra en escena, casi al comienzo de la obra, y pregunta:
- “¿Sois vos Don Juan Tenorio?”
- Don Juan : “Yo soy”
- Alguacil : “Sed preso”.El figurante recién ascendido estaba muy nervioso el día de su estreno. Antes de salir a escena, no hacía más que repetir una y otra vez: “¿Sois vos Don Juan Tenorio?” “Sed preso” “¿Sois vos Don Juan Tenorio?” “Sed preso”. Y así continuamente.
Al fin le llegó el turno. Dando tumbos, salió al escenario y con voz insegura preguntó:
- ¿Sois vos Don Juan Tenorio?
- Yo soy
Y ahí el pobre novato se quedó en blanco. No recordaba qué le tocaba decir y decidió improvisar:
Al fin le llegó el turno. Dando tumbos, salió al escenario y con voz insegura preguntó:
- ¿Sois vos Don Juan Tenorio?
- Yo soy
Y ahí el pobre novato se quedó en blanco. No recordaba qué le tocaba decir y decidió improvisar:
- ¡Documentos!
El público estalló en carcajadas. Don Juan no sabía que responder… al fin masculló algunas palabras, algo así como “por Dios os juro que soy Don Juan Tenorio” y viendo que el figurante no decía nada más, lo cogió por un brazo y se lo llevó de escena, gritando “¡Está bien, os acompañaré a la prisión!”.No se supo nunca más del figurante.
Pero ahí no acabaron los avatares de esta terrible función. Llega un momento en la obra en que Don Juan y Don Luís Mejía se baten en duelo. Al fin, el primero saca una pistola y mata al segundo de un tiro.
Pero aquella noche aciaga… cuando Don Juan fue a echar mano de la pistola, ¡se dio cuenta de que no la llevaba! ¡Se la había dejado en el camerino!
¿Cómo matar entonces a Don Luís?
Sin pensarlo ni un segundo, le dio una patada en salva sea la parte, ahí, dónde más duele.
Don Luis le miró con gesto de sorpresa y exclamó:
- ¡La bota estaba envenenada!
Y se murió.
Nunca el público se rió tanto con Don Juan Tenorio.
¿Cómo matar entonces a Don Luís?
Sin pensarlo ni un segundo, le dio una patada en salva sea la parte, ahí, dónde más duele.
Don Luis le miró con gesto de sorpresa y exclamó:
- ¡La bota estaba envenenada!
Y se murió.
Nunca el público se rió tanto con Don Juan Tenorio.
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Y lo que sigue, va de "yapa"
Las siguientes tres anécdotas, sucedieron en una de las tantas obras que he dirigido.
Estábamos presentando la obra “Oratorio” de Alfonso Jiménez en un colegio de señoritas y en la misma no había entreactos, se daba de corrido y el montaje era del tipo poema-dinámico con mucho desplazamiento, y más de veinte personajes representados por ocho actores. Faltando unos diez minutos, uno de los actores empezó a intercalar en su texto la palabra “molino”. Nadie supo de qué se trataba hasta el final de la obra en que tras cerrarse el telón lo vimos parado en medio de un charco, con el vestuario mojado, y lo único que nos dijo fue “moliné”.
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Había sido invitado por un amigo crítico teatral del diario La Prensa de Lima a los ensayos de la obra juvenil “Sólo abrió una puerta”, cuya temática se basaba en el movimiento hippie. Al entrar a la sala nos encontramos con una tremenda bronca, pasados casi cinco minutos de espectar desde la última butaca el entredicho, el director abandonó la sala dejando a la productora –y autora- presa de un ataque de nervios. Sólo faltaban diez días para el estreno, el teatro estaba pagado por tres meses y el avisaje listo en la imprenta. Al percatarse de nuestra presencia, la autora se dirigió a nuestro común amigo y le preguntó desesperada:
-¿Viste el lío que se ha armado, quién va a dirigir ahora?
El crítico con la mayor frescura me señaló con el dedo y le dijo
-“Él”
Así, sin querer, me vi preparando una obra de teatro en sólo una semana (musical incluido) y haciendo además, el papel protagónico ante la negativa del actor a que yo lo dirigiera, mas por solidaridad con el anterior director que por falta de profesionalismo.
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Y esta no es solo una anécdota, es una muestra de profesionalismo en grado sumo. Montábamos la obra “Ensayo General” y uno de los actores (dos parejas) era Enrique Ráez. Pues bien, faltaban quince minutos para abrir el telón y él no se aparecía. Diez minutos y primer timbrazo y nada. Segunda llamada y ni la sombra de él. Cuando ya habíamos decidido dar la cara y devolver las entradas se apareció tambaleándose de la borrachera que tenía.
Con voz estropajosa nos indicó que venía de un velorio y que había estado tomando desde el día anterior. Al decirle que íbamos a tener que cancelar la función, puso el grito en el cielo, se paró como pudo tras el telón y ordenó:
- ¡Apaguen la sala y abran!
Todos estábamos indecisos, pero como director, y conociendo a mis actores, me la jugué; ordené abrir y apenas la luz lo iluminó cambió en forma radical. Su voz tenía el tono de siempre, se movía por el escenario lo más normal y no se olvidaba ni una coma del texto. Cuando concluyó la obra (una hora y quince después) hicimos la consabida venia, cerramos la cortina y cayó al suelo desmayado, teniendo que llevarlo cargado al camerino.
Jamás he visto tal poder de concentración de un actor en su personaje.
Jamás he visto tal poder de concentración de un actor en su personaje.