Para quienes pasamos los sesenta, la década del ’70 fue una de las mejores de nuestras vidas.
Tiempo de nuestro Servicio Revolucionario Obligatorio ya que era imprescindible tener un “compromiso social” –generalmente de un color carmesí- y nos amargaba la vida la crueldad de Estados Unidos con el pueblo Vietnamita, la demagogia del chino Velasco y nos alegrábamos con las canciones de Mercedes Sosa, Quillapayún, Víctor Jara, Silvio Rodriguez, y otros tantos trovadores.
Era la época del hippismo, los cabellos largos, el teatro de barricada, los pantalones campana, el ye-ye y el go-go.
Y es en esa década en que surge –irrumpe diría yo- en el ámbito teatral un grupo de jóvenes con unas ganas locas de hacer teatro y del bueno, dirigido por otro joven de ideas audaces y concepción muy particular.
Me refiero al grupo YEGO, Teatro Comprometido y a su director Carlos Clavo Ochoa, el gran ausente en cuanta antología teatral peruana se escriba en nuestro medio.
Y eso, ¿a que se debe?
Quizá al desenfado con que asumía los montajes, quizá que nunca se sometió a los críticos o que no se marketeó como debía.
¡Todo eso pamplinas y mas pamplinas!
El asunto era simple, el teatro peruano necesitaba un cambio, necesitaba la frescura de jóvenes que asumieran su papel de participantes directos en el cambio social que se gestaba. Así, cuando Yego estrena “Alicia encuentra el amor en el maravilloso mundo de sus quince años”, los críticos vociferaron: “Una mala adaptación del cuento de Lewis Carrol que sirve de pretexto para que un grupo de adolescentes intente deslumbrarnos con luces sicodélicas y música de los Beatles”
¡Horror y Sacrilegio!
Lo mismo sucedió con “Los Ruperto” de Juan Rivera Saavedra. La gente reaccionó con un “¿esto es teatro? Poner de fondo musical la tonadilla de Schiamarella “Tres cosas hay en la vida”, como que no encajaba en nuestra escena. Nos habíamos acostumbrado a formas mas serias.
Sin embargo fue un éxito.
Tiempo de nuestro Servicio Revolucionario Obligatorio ya que era imprescindible tener un “compromiso social” –generalmente de un color carmesí- y nos amargaba la vida la crueldad de Estados Unidos con el pueblo Vietnamita, la demagogia del chino Velasco y nos alegrábamos con las canciones de Mercedes Sosa, Quillapayún, Víctor Jara, Silvio Rodriguez, y otros tantos trovadores.
Era la época del hippismo, los cabellos largos, el teatro de barricada, los pantalones campana, el ye-ye y el go-go.
Y es en esa década en que surge –irrumpe diría yo- en el ámbito teatral un grupo de jóvenes con unas ganas locas de hacer teatro y del bueno, dirigido por otro joven de ideas audaces y concepción muy particular.
Me refiero al grupo YEGO, Teatro Comprometido y a su director Carlos Clavo Ochoa, el gran ausente en cuanta antología teatral peruana se escriba en nuestro medio.
Y eso, ¿a que se debe?
Quizá al desenfado con que asumía los montajes, quizá que nunca se sometió a los críticos o que no se marketeó como debía.
¡Todo eso pamplinas y mas pamplinas!
El asunto era simple, el teatro peruano necesitaba un cambio, necesitaba la frescura de jóvenes que asumieran su papel de participantes directos en el cambio social que se gestaba. Así, cuando Yego estrena “Alicia encuentra el amor en el maravilloso mundo de sus quince años”, los críticos vociferaron: “Una mala adaptación del cuento de Lewis Carrol que sirve de pretexto para que un grupo de adolescentes intente deslumbrarnos con luces sicodélicas y música de los Beatles”
¡Horror y Sacrilegio!
Lo mismo sucedió con “Los Ruperto” de Juan Rivera Saavedra. La gente reaccionó con un “¿esto es teatro? Poner de fondo musical la tonadilla de Schiamarella “Tres cosas hay en la vida”, como que no encajaba en nuestra escena. Nos habíamos acostumbrado a formas mas serias.
Sin embargo fue un éxito.
Y así de ingratos somos.
Decía que en muchas antologías se omite a Yego y es cierto. En un trabajo de Carmela Herrera se menciona (…) “en la década del ’70 surgen el Teatro Campesino de Víctor Zavala Cataño; Abeja, de Ismael Contreras; Yuyachkani, con las hermanas Ralli y Miguel Rubio (ex integrantes de Yego), Cuatrotablas, de Mario Delgado; Telba de los hermanos Lértora; Raíces y Ensayo.
¿Y Yego? Bien gracias.
En otra antología de Nguyen Chávez, también la omisión es flagrante. Yego nunca existió. Sin embargo ahí están, en mi álbum de recuerdos, El Prejuicio Universal, El sabelotodo, Alicia, Los Ruperto, Homenaje, Espectáculo, Jo y Do, Virata, Poemas dinámicos a mi fe, y otros trabajos.
Decía que en muchas antologías se omite a Yego y es cierto. En un trabajo de Carmela Herrera se menciona (…) “en la década del ’70 surgen el Teatro Campesino de Víctor Zavala Cataño; Abeja, de Ismael Contreras; Yuyachkani, con las hermanas Ralli y Miguel Rubio (ex integrantes de Yego), Cuatrotablas, de Mario Delgado; Telba de los hermanos Lértora; Raíces y Ensayo.
¿Y Yego? Bien gracias.
En otra antología de Nguyen Chávez, también la omisión es flagrante. Yego nunca existió. Sin embargo ahí están, en mi álbum de recuerdos, El Prejuicio Universal, El sabelotodo, Alicia, Los Ruperto, Homenaje, Espectáculo, Jo y Do, Virata, Poemas dinámicos a mi fe, y otros trabajos.
El único que menciona y resalta la presencia de YEGO en la escena nacional es el maestro Ernesto Ráez Mendiola.
A veces solemos esperar a que la gente se muera para recordarla. Felizmente Carlos está vivo y haciendo lo que mas le gusta hacer: teatro.
Hoy, más de cuarenta años después de esa grata experiencia que fue Yego, Carlos Clavo sigue en lo suyo con el grupo Elen K, aunque a muchos les reviente el hígado o se proclamen autodidactas y desconozcan sus raíces.
En lo personal, pienso que no debemos ser tan desmemoriados.
YEGO. Con el agregado de "Teatro Comprometido", inició sus actividades en 1963 con obras escritas colectivamente.
El nombre Yego lo tomó el año 1964, uniendo ye-ye y go-go para mostrar su
relación y procedencia urbano- juvenil de los comienzos de la década y que su
compromiso era con esa juventud. Libertad como oposición a la norma, búsqueda
con autenticidad, experimentación permanente, demostración de energía que
incidía en el contraste y el absurdo, tales fueron sus características. El
grupo terminó como tal en 1978 cuando ya había tenido muchas deserciones y separaciones. La
conducta formal de Yego se observa en otros grupos actuales como influencia o
herencia de quienes ahí se formaron. La autenticidad, como actitud contraria a
toda copia fue su norma, que no se ha mostrado en otros grupos que
constantemente copian producciones y hasta reproducen resultados escénicos.
En mi álbum de recuerdos están las imágenes de esos adolescentes que se agitaban con la música de los Beatles y coreografías de Victoria Osores, están las hermanas Teresa y Rebeca Ralli, Jorge Lomparte, Narda Castillo, Cesar Jordán, Adolfo Clavo, Luz Valdivieso, Carlos Paiva, Arturo Fernández, y otros muchachos que tuvieron efímera permanencia en el grupo; y está –desde luego- el director del grupo: Carlos Clavo Ochoa.A veces solemos esperar a que la gente se muera para recordarla. Felizmente Carlos está vivo y haciendo lo que mas le gusta hacer: teatro.
Hoy, más de cuarenta años después de esa grata experiencia que fue Yego, Carlos Clavo sigue en lo suyo con el grupo Elen K, aunque a muchos les reviente el hígado o se proclamen autodidactas y desconozcan sus raíces.
En lo personal, pienso que no debemos ser tan desmemoriados.
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