Aunque el título es similar, este articulo no tiene nada que ver con la canción de Los Beatles, sí, la del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, sino que es una pregunta que hizo una jovencita acerca de cómo es un día en la vida de un actor, y como me pareció simpática, he aquí la respuesta:
Mi día comienza normalmente a las 6.30 am, su afeitada de rigor, lavada de cara y un cafecito con algo ligero para estar en forma.
Dependiendo lo que tengo que hacer ese día, planifico mis actividades. Si es una grabación (de lo que sea, novela, serie o comercial) sé que tengo que estar en la locación a las 7.00 para empezar a grabar a las 10.00 ya que los técnicos se toman todo el tiempo del mundo como si uno estuviera a su disposición y ocioso, por lo que llego a las 8.00 y ¡pobre del que se atreva a decirme algo! En el trayecto le doy una repasada a mis líneas y al llegar paso letra con mi compañero (a) de escena. Cuando veo que falta poco para comenzar (aunque ya me han dicho previamente que lo haga y por la experiencia que tengo, sé que quince minutos antes de grabar es suficiente) me voy a la sala de vestuario, me cambio y paso a maquillaje.
Y comienza lo bueno: a estar tranquilito mientras te peinan, te echan gel o laca en spray para que no andes con los pelos parados, con la lógica consecuencia de que al pulverizarte el susodicho pegamento, se te mete hasta los tímpanos y te quedan las orejas tiesas como un elfo, luego te untan la cara con crema base, te perfilan, te soban, te estrujan y te sacuden con la mota de polvos como si te quisieran cambiar el rostro porque el que tienes no les gusta. Finalizado eso, te quitan el paño protector que te pusieron al cuello como un gigantesco babero y que pase el siguiente a la misma tortura.
Vas al set y esperas como un idiota mirando como jalan cables, prenden y apagan luces, arreglan la escenografía y –recién en ese momento- buscan los elementos de utilería que no han puesto porque los asistentes han estado “tomando desayuno, que es necesario, porque ellos hacen el trabajo rudo”.
Te colocan delante de la cámara y te incrustan el fotómetro en las narices para "medir" la intensidad de la luz respecto a la distancia del lente y el gusto del camarógrafo, todo para que no se te vea con cara de negro mandingo aunque seas blanquito.
Corregido esto, ajustado el sonido (ya te han hecho repetir hasta el cansancio cuatro o cinco palabras para estar seguros que el micrófono de porquería funciona) se aparece -recién- el director (y ojo que ha venido en un camionetón 4x4, no como uno que viaja en bus) y te hace ensayar un par de veces tus líneas.
Cuando crees que por fin te dejarán en paz los técnicos, aparece una gordita con pinta de catchascanista y grita muy cerquita de tus orejas: ¡Silencio que se graba!, el tímpano lo tienes que te late pero no te da tiempo de reaccionar ya que 6800 watts de intensidad lumínica cae directo a tus ojos que con las justas ves donde está tu nariz.
Empieza el diálogo, pero como tu contraparte -o está nervioso, o no se aprendió la letra o definitivamente no es actor por que lo escogieron por la pinta- tienes que repetir la escena catorce veces y maldices a los principiantes, ya que uno con mas de cuarenta años actuando, se siente con pocas ganas de aguantar a mocosos que se creen artistas de Disney Channel y que solo salieron disfrazados de pajarito cuando estaban en el kinder, a cantar "Qué linda es mi mamita".
Aquí sucede algo muy peculiar, el director nunca estará de acuerdo con tu interpretación, y siempre te la hará repetir siquiera un par de veces más (como grabación de stock) y aunque felizmente mis escenas siempre quedan a la primera, después de haber dicho la palabra mágica: “queda”, agrega, “pero por si acaso, vamos a repetirla”.
Para esto ya dieron la una y hay que ir a almorzar.
Haces tu democrática cola y con tu charola en la mano buscas donde sentarte, porque el personal auxiliar (léase técnicos, asistentes y "otros") se ocuparon hasta la última silla que había en la cafetería. Después de una hora y cuando la digestión comienza triunfante su trabajo, otra vez la gordita con cara de lesbiana grita: “Señores, a grabar que estamos atrasados” Y a repetir lo mismo, hasta por lo menos nueve o diez de la noche porque el señor director dice que efectivamente estamos atrasados y que dieciséis escenas no son suficientes.
Acaba el día, te cambias, te desmaquillas (si estás con ganas, si no te vas así a tu casa lo más fresco aunque el taxista te mire de reojo pensando que estas loco o eres marica) y esperas a que la niña de producción te entregue -a esa hora- el libreto que vas a grabar al día siguiente. Y al día siguiente todo vuelve a empezar.
Pero si es teatro lo que haces, tu día puede ser diferente, generalmente sobre las 5.00 o 5.30 salir para el teatro a repetir parte de la rutina mencionada, cambiarse de ropa por el vestuario del personaje, maquillarse, conversar un poco con los compañeros, darle una repasadita al texto (que nunca está demás hacerlo) y aguardar los tres timbrazos que te anuncian que en ese momento tu vida deja de ser tuya y adoptas la de tu personaje.
Claro que antes le he dado una miradita a la platea para ver como andamos de público, y luego a pararse en un lateral a esperar la entrada.
¿Y si eres el director del grupo?
Te remito a “Epístola a un discípulo estresado” en este mismo blog.
¿Aburrido, repetitivo?
Puede ser para quien no lo viva, pero para uno -que como digo llevo más de cuatro décadas haciéndolo es lo mas fascinante que existe, porque como en la vida "normal" no hay dos días iguales.
Y ¡Benditos sean esos días!