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¡Riiing!
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¿Hola?
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¿Roberto?, Mira, (como si pudiera verla a través del
teléfono) te habla Fulanita, hay un casting que está mostro para ti… yo tengo
imágenes tuyas de archivo y quería presentárselas a la productora, entonces…
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¿Querías o quieres?
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Bueno quiero presentarlas y…
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No me opongo, preséntalas…
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Si, claro, pero no sé si puedes darte una
vueltecita (me vieron cara de bailarín) por la oficina para unas tomas
actuales. Tú ya conoces la dirección, te espero mañana a partir de las diez de
la mañana, más temprano no, porque me acuesto tarde y obviamente me levanto
tarde.
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¿Y de cuánto estamos hablando?
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¡Ya, mostro, te espero!
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Si, si, pero no me has dicho el presupuesto…
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No, ropa informal no más, aquí vemos.
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Si pero de cuanto estamos…
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Tut, tut, tut….
Ni hablar habrá que esperar al
día del dichoso casting.
Honestamente presentarse a un
casting implica muchas cosas, y riesgos también, y ya verán a qué me refiero.
Llega el momento, entro a la
“oficina” en realidad es una casa en cuyo garaje se han instalado un par de
reflectores y un gran fondo azul. Espero en la salita junto a ocho personas
más.
Lo de siempre, sonrisas forzadas,
otros con cara de indiferentes, de palo o de idiota. Está el que se cree divo y
para alisándose el cabello (no corre ni una pizca de viento en una sala pero en
fin…) otro se rompe el ojo con el pupiletras del Trome y el que está a mi
costado se rompe el ojo con las piernas de la chica que tenemos al frente y
–que como sabe que la miran- dizque se acomoda la falda, pero lo hace para que
se le vea mejor media nalga, porque la otra está en HD y se le nota muy bien.
Entra una jovencita y le pregunto
por Fulanita.
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Todavía no llega.
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Pero si son más de las diez…
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¿Ha venido por el casting o a controlarle la
hora de entrada?
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No, claro, vengo por el casting para…
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Ya, llene esta ficha.
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Yo ya estoy registrado.
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Hemos
cambiado de dueño…
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Pero si me dijo Fulanita que tenía imágenes de
archivo.
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¡Uff! Sabe Dios de cuando serán.
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Déme la ficha.
Y se retira lo mas campante
mientras trato de llenar los datos teniendo el papel en mis rodillas procurando
de que no se agujeree con el lapicero y mi letra no parezca hecha por una
cucaracha con las patas sucias de tinta. El señor del costado me mira y sonríe.
Uno a uno van pasando, se demoran
como quince minutos en sus pruebas y como yo llegué al número nueve, la tengo
para largo.
Y bien largo porque cuando entra
la ñaña de la minifalda se demora mas de veinte minutos y sale con una sonrisa
de oreja a oreja y acomodándose todo como si hubiera estado haciendo rutinas de
gimnasia delante de un ventilador.
Me llega el turno ¡aleluya!
Entro y están las luces apagadas,
un muchachito con gafas tipo nerd está sentado en un banquito. Le pregunto por
Fulanita y me dice que no tarda en llegar. Pasan uno, dos, tres, cinco minutos
y nada, le pregunto a qué hora vamos a empezar y cuando terminó de comer su
Sublime, enciende las luces y entra… si, la mocosa que me dio la ficha para
llenar.
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Párese al frente, en la marca del piso.
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¿Cuál marca?
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Al centro donde está la equis.
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¿Cuál? Por la distancia de la cámara presumo que
debe estar aquí, pero en el piso no hay nada.
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Si, ya se despegó, no importa, quédese donde
está.
Me mira, la miro, nos miramos,
luego se me acerca (me siento como esclavo a punto de ser vendido) y me dice
fastidiado: “Esa camisa suena mucho, hay que cambiarla”
Mis camisas generalmente son de
popelina (y de la buena) y no he escuchado que “suenen”. Claro en el argot
“sonar” es decir que sus colores son chillones, huachafientos o que deslumbran
(ninguna de esas cualidades se ajustan a mi ropa ya que soy bastante formal
para vestirme, pero en fin…)
Me trae una camisa más arrugada
que una pasa y me indica que me la cambie. Lo hago y luego vuelta a colocarme en “la
marca del piso” (sic)
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¿Nombre?
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Ustedes lo tienen.
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Si, pero igual, dígamelo para ponerlo en la
chuleta (pizarrín)
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¿Edad? ¿Estatura? ¿Dirección? ¿Teléfono? ¡Tenga,
agarre esto!
Y me da la pizarrita para
colocármela a la altura del pecho como si me fueran a fichar, toma un par de
fotos, me la quita y vuelve a la carga con las preguntas.
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¿Experiencia?
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Más de cuarenta años como actor, director y
profesor de teatro.
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¿Profesional?
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Si me pagan por hacerlo, creo que sí, soy
profesional.
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¡Ah ya!
A estas alturas no sé si la niña
es taradita o yo no tengo paciencia, pero por lo mismo que soy responsable y
profesional trato de no perderla y seguir adelante.
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¡Empecemos!
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¡Por fin!
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¿Qué?
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Es que a ti te pagan por todo el día de trabajo,
pero yo he dejado cosas que hacer y ya llevo dos hora y media y nada.
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¿No dice que tiene experiencia? Entonces ya sabe
como es esto.
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Si, ya sé.
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Mire a la cámara y sonría, ahora póngase de
perfil izquierdo, voltea y sonríe, ya ahora de perfil derecho… listo; póngase
de espaldas, gire y sonría. Ya está, gracias.
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Estee, ya me tomó mis perfiles ¿y el casting
propiamente dicho?
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Espérese pues, ¿está apuradito? Le voy a
explicar de qué se trata: Usted es un señor mayor (obvio) que ha sido cesado y
va a recibir su cheque de pensión y al ver la cifra se pone triste (ignoro para
que me hicieron sonreír, pero sigamos) Su cara denota angustia, desilusión, se
siente humillado por el trato que le da el gobierno, ¿entendió?
Asiento con la cabeza, me paro en
la invisible equis y a la voz de ¡Acción! ejecuto lo solicitado con el
convencimiento de algo que vengo haciendo desde que la ONP aceptó mi solicitud
de jubilación y salgo cada mes del Banco de la Nación, es decir, como
mencionaba Stanislavsky traslado mi experiencia personal al personaje.
Nada, no le parece suficiente,
vuelvo a repetir la acción. Le pongo más carácter, trato de dar justo en el
clavo de su solicitud. Pero siempre hay una objeción: ¡No baje mucho la cabeza!
¡No cierre el ojo izquierdo! ¡No me ponga los hombros chuecos!
No sé si gritar, ahorcar a la
encargada del casting o ponerme a llorar mientras llega Fulanita para acusarla
por maltrato sicológico. Pero sigo adelante.
Termino.
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¿Para qué es el casting? ¿Comercial, novela,
mini serie, fotos?
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Comercial.
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¿De qué producto?
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Campaña de paternidad responsable, condones.
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¿Y qué tienen que ver los condones con una
pensión de jubilado?
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Si lo escogen, pregúnteselo al creativo de la
agencia.
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No me han dicho el presupuesto…
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Eso lo trata con Fulanita.
Ni hablar, les devuelvo su
vejestorio de camisa -“que no suena como la mía”- y salgo.
Pensaba irme a mi casa pero
decido quedarme un poco a esperar a Fulanita.
Me siento y como a los diez
minutos llega.
Antes de que se meta al interior
la abordo en la salita de espera, pero ella pasa de largo a un ambiente
contiguo adonde la sigo:
-
¡Hola, justo acabo de pasar el casting!
-
¡Ah ya, mostro! (Creo que no sabe otra palabra
para denotar alegría) Te aviso por fono.
-
Si, claro, pero no me has dicho el presupuesto…
-
Si, mira, es un día de grabación, pasado mañana,
desde las siete …
-
Y sabe Dios hasta que hora, lo conozco bien.
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Entonces ya sabes.
-
Si, pero no me tengas colgando como pollo en el
mercado, dime de cuánto hablamos.
-
¡Pucha que ahorita no tengo decidido el bolo,
tienen que avisarme de la productora.
- Mira Fulanita, si no me dices de cuánto hablamos
va a ser bien difícil que yo pueda arreglar mis horarios para pasado mañana.
¿Cómo sé si me conviene o no?
- No, si yo te entiendo, pero entiéndeme tú a mi,
yo simplemente hago el casting, no decido el pago… pero te doy una cifra
tentativa: ¡Cien soles!
-
¿Tentativa?
-
Negociable.
-
¿Cien soles y negociable? Bueno pues, me avisas…
Me despido y salgo pensando el
tiempo que me han hecho perder, el que perdería si acepto y todo por cien soles...
Afuera ya hay como seis personas
más. Me miran, están indecisos hasta que uno se atreve y me pregunta:
-
¿Y qué tal el casting?
-
Si, bacán… facilito. ¿Ya ha venido a otros aquí?
-
No, es la primera vez que me presento a un
casting, una amiga me pasó la voz.
-
Ah, bueno a mi edad yo ya he pasado
innumerables… ¡suerte!
Ni loco que le voy a contar, es
primerizo, que la sufra.