JUGAR A SER EL OTRO

Continúo publicando otro texto del gran Juan Carlos Gené.
Esta vez se trata de:


Jugar a ser el otro

Al nacer se nos otorgó una máscara, una personalidad. Y esta máscara me impide usar otras: yo no puedo ser otro. Sin embargo, por ese misterio de la existencia de que hablábamos, nuestro yo tan único tiene vocación de multiplicidad. Porque el milagro improbable de ser concreta una máscara en la que bullen las generaciones que me precedieron que, de alguna manera, están vivas en mí y buscando ser y expresarse. Al ser este yo que no elegí, único e irrepetible, sólo puedo vivir la realidad que ese yo dispone. Pero todo ser humano siente agitarse en sí esas vidas secretas y misteriosas que debe ignorar, porque darles salida franca implica el riesgo de la disolución del yo, de la locura.

El hombre se protege de esa amenaza creando una ficción, un juego en el cual se juega a ser otro. Limitado en el tiempo, para eliminar su peligrosidad, y con convenciones precisas.
Durante ese tiempo él no es el otro; juega a serlo. Y como tal personaje jugado, juega a vincularse con los otros, lo que auténticamente produce el nacimiento de un fortísimo vínculo jugado.

El fenómeno se emparenta con el fuerte, fascinante vínculo que el número 10 establece con los jugadores adversarios que lo persiguen, lo driblean, lo bloquean, mientras él los elude, retrocede, sortea, avanza, siempre vinculado con la pelota que quieren arrebatarle.
En el momento en que ya se ha colocado solo frente al arquero disponiéndose al golpe final y vinculándose con el espacio, el arquero y la pelota con un dramatismo quizá superlativo, la crisis culmina; que coloque o no el gol constituye el final o resolución de la crisis. Se trata, sin duda, de un vínculo real, auténtico, en el juego. Cuando suena la pitada final, el vínculo cesa, y sobreviene una separación, un cambio (una nueva crisis), semejante a la que ocurre en el teatro al final de la representación: cuando el jugador se quita los colores de su equipo hace lo mismo yéndose a casa. Vínculos auténticos de juego, como en el teatro.

Es más: el personaje que juega será en mí, precisamente, en la medida en que me vinculo fuertemente con los otros personajes. De manera que en este sentido el teatro consiste en jugar a ser otro, vinculándose con otros como personaje.




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