Esta vez se trata de:
Jugar a ser el otro
Al nacer se nos otorgó una
máscara, una personalidad. Y esta máscara me impide usar otras: yo no puedo ser
otro. Sin embargo, por ese misterio de la existencia de que hablábamos, nuestro
yo tan único tiene vocación de multiplicidad. Porque el milagro improbable de ser
concreta una máscara en la que bullen las generaciones que me precedieron que,
de alguna manera, están vivas en mí y buscando ser y expresarse. Al ser este yo
que no elegí, único e irrepetible, sólo puedo vivir la realidad que ese yo
dispone. Pero todo ser humano siente agitarse en sí esas vidas secretas y
misteriosas que debe ignorar, porque darles salida franca implica el riesgo de
la disolución del yo, de la locura.
El hombre se protege de esa
amenaza creando una ficción, un juego en el cual se juega a ser otro. Limitado
en el tiempo, para eliminar su peligrosidad, y con convenciones precisas.
Durante ese tiempo él no es el
otro; juega a serlo. Y como tal personaje jugado, juega a vincularse con los
otros, lo que auténticamente produce el nacimiento de un fortísimo vínculo jugado.
El fenómeno se emparenta con el
fuerte, fascinante vínculo que el número 10 establece con los jugadores
adversarios que lo persiguen, lo driblean, lo bloquean, mientras él los elude,
retrocede, sortea, avanza, siempre vinculado con la pelota que quieren
arrebatarle.
En el momento en que ya se ha
colocado solo frente al arquero disponiéndose al golpe final y vinculándose con
el espacio, el arquero y la pelota con un dramatismo quizá superlativo, la crisis
culmina; que coloque o no el gol constituye el final o resolución de la crisis.
Se trata, sin duda, de un vínculo real, auténtico, en el juego. Cuando suena la
pitada final, el vínculo cesa, y sobreviene una separación, un cambio (una
nueva crisis), semejante a la que ocurre en el teatro al final de la
representación: cuando el jugador se quita los colores de su equipo hace lo
mismo yéndose a casa. Vínculos auténticos de juego, como en el teatro.
Es más: el personaje que juega
será en mí, precisamente, en la medida en que me vinculo fuertemente con los
otros personajes. De manera que en este sentido el teatro consiste en jugar a
ser otro, vinculándose con otros como personaje.
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