TEATRO PRECOLOMBINO

Revisando la web, encontré este magnífico estudio del teatro pre colombino que hoy comparto, espero lo disfruten como yo.


TEATRO PRECOLOMBINO: EL RITUAL Y LA CEREMONIA

César Valencia Solanilla

Las fastuosas ceremonias de los sacrificios rituales entre los mayas y los aztecas en los que se ofrendaban víctimas humanas para preservar la luz y la vida que brindaba el tenue dios sol de la quinta era, los numerosos rituales orgiásticos y de invocación para las prácticas agrícolas y las representaciones burlescas destinadas a la diversión; al igual que el notable desarrollo de la poesía dramática, son ejemplos de las múltiples manifestaciones colectivas que servirán de base para la formación del teatro precolombino. A partir de estos antecedentes, se hacen aproximaciones analíticas sobre el teatro náhuatl, maya e inca, a través de sus obras más representativas.

1. El concepto de literatura precolombina

Cualquier aproximación que se intente respecto de los diferentes géneros literarios en la América precolombina, debe tener en cuenta la especificidad misma del concepto de literatura en unas sociedades que no conocieron la escritura fonética sino la pictográfica y en las que el legado artístico literario consignado en los códices o libros pintados fue destruido casi en su totalidad por los abanderados de la cruz y de la espada, y los que lograron salvarse de las piras inquisitoriales presentan dificultades para su interpretación. De modo que el «corpus» literario existente se refiere casi exclusivamente a las fuentes de conservación que en diferentes manuscritos en lenguas autóctonas pudieron escribir los amanuenses letrados, quienes tomando como base la memoria colectiva vertieron en libros una cantidad apreciable de poemas sagrados, épicos, líricos, relatos, narraciones breves, pláticas educativas y demás manifestaciones literarias de su comunidad. Los llamados «manuscritos de conservación» que son fuentes primarias para el estudio y traducción de las literaturas precolombinas, son creaciones literarias muy antiguas escritas utilizando la fonética del español para la conversión tipográfica de las lenguas autóctonas, que desde entonces pudieron fijarse a través de la escritura, para que su apropiación se popularizara; de lo contrario hubieran corrido el peligro de perderse, por la fragilidad de la memoria oral y los radicales procesos de transculturación impuestos por las metrópolis conquistadoras.

Algunas de ellas, inclusive, son bastante tardías respecto de su vaciamiento en la escritura, pero son auténticas expresiones de elaboración simbólica prehispánica, como ha sido comprobado ampliamente por los estudios especializados sobre fuentes primarias (1). Es primordial, por tanto, la lectura de los contextos culturales y la especificidad de los conceptos básicos sobre los cuales se proponen las reflexiones, pues de lo contrario se puede caer en la dispersión conceptual o el simple sometimiento a las categorías mediante las cuales Occidente se ha apropiado, explicado y entendido el mundo.

2. El rito y la ceremonia

Si hay algo que defina plenamente a los pueblos precolombinos es su gusto por el rito y la ceremonia, su sentido de lo religioso, su índole mística. Conforme lo relataron de manera unánime los cronistas, las culturas más desarrolladas de los aztecas, mayas e incas, expresaban en sus fastuosas y complicadas ceremonias a los dioses, a los gobernantes y a los héroes legendarios, unas visiones del mundo y del hombre en donde se fusionaban el mito y la historia, el mundo real y el de los sueños, la cotidianidad y la fantasía. Los actos más elementales y los más trascendentales, estaban acompañados de una ritualidad que les confería sentido más allá de su manifestación como hecho concreto, de modo tal que el nacimiento, la adolescencia, la iniciación sexual, la unión de parejas, la muerte y todos aquellos actos marcadores de cambios fundamentales en los seres estaban provistos de una ritualidad especial, en donde participaba la comunidad; lo mismo respecto de las labores grupales, como la preparación de la tierra para la siembra y la recolección de las cosechas, la celebración de las fiestas propias de comunidades politeístas; y de manera especial, la invocación de la guerra y los actos sacrificiales a los dioses.

La búsqueda de la trascendencia no es un simple enunciado filosófico que pudiera mantenerse en la esfera de lo individual: por el contrario, se manifiesta en los actos rituales, en las fastuosas ceremonias en las que la colectividad era espectadora y partícipe pues en ellas se revelaba la esencia de la relación con lo sagrado. El baile, la música y la danza que acompañan siempre a las creaciones poéticas líricas, épicas o dramáticas, es una muestra de esa necesidad ancestral de conferirle a la palabra una ritualidad permanente, de acompañar al canto con la bella sonoridad de los instrumentos musicales y la plasticidad de la expresión pantomímica.

En estos rituales se invocan las fuerzas de la naturaleza, se celebra la guerra, se rinde tributo a los dioses, se manifiesta el totemismo individual y grupal, manteniendo así la memoria colectiva y confiriendo trascendencia a la vida social y política: se trata de la objetivación de los mitos a través de la liturgia, de su conversión material por la representación mágica. El hombre prehispánico sacraliza incesantemente el cosmos pues aún en las manifestaciones carnavalescas y orgiásticas se está invocando el poder de la trasgresión para reinventar el mundo. El origen del teatro ceremonial, en este sentido, obedece a unos cánones bien diferentes de las formas antropocéntricas del teatro occidental y por el contrario es paradójicamente objetivo, ya que en él se formulaban recetas para conjurar las fuerzas del universo y utilizarlas en beneficio del hombre.

«Lejos de antropomorfizarse la expresión en el contexto de las costumbres y usos diarios, son los propios hombres los que se simbolizan a sí mismos como fuerzas esenciales y del cómputo del tiempo. De aquí que aparezca subordinado el concepto de destino individual, ya que es el hombre transformado en numen, y no Dios convertido en hombre, el protagonista del teatro prehispánico.(2)

La ritualidad del mito, en esta perspectiva, no es su representación sino la actualización efectiva de las fuerzas genésicas con las que el hombre provoca los cambios del mundo a través de los dioses. Cuando se canta el poema, se ejecuta la danza, se tañen los tambores y suenan los instrumentos musicales, se inviste a las expresiones artísticas de la magia para la ejecución efectiva de lo sagrado.

2.1 Los ritos sacrificiales

Este sentido de la sacralidad tan profundamente arraigado en las culturas azteca, maya e inca, sería menospreciado por los extirpadores de idolatrías y los militares peninsulares, como dan cuenta los cronistas de manera abundante respecto de algunas impresionantes ceremonias: la muerte de un cautivo virgen a quien se le desnudaba y pintaba de azul, marcándole el corazón con una señal blanca, que le era arrancado para ofrecer a los dioses, luego de asaetarlo con flechas y del que da cuenta el poema de «Canción de la danza del arquero flechador» entre los mayas de Yucatán(3); la fiesta en honor de Tláloc, dios de la lluvia, en la que se sacrificaba a una niña para que hiciera descender la lluvia bienhechora a los cultivos que así producían al alimento de los hombres, un rito de profundo simbolismo religioso y social, toda vez que los niños, que en el poema náhuatl «Himno a Tláloc» son llamados manojos de ensangrentadas espigas -así como los guerreros- se convertían en númenes cuatro años después, en la «región de los descarnados», el mítico lugar más allá de la muerte(4); o la fiesta del Tlacaxipehualiztli o desollamiento de hombres» que sirviera para estigmatizar a los aztecas como un pueblo bárbaro, que nos interesa destacar por sus profundos contenidos simbólicos.

Esta fiesta del sacrificio, que cumplía la trascendental función de ofrecer los corazones palpitantes de los guerreros para que el sol no se apagara en un tremendo espectáculo de sangre que aterró a los españoles, pero que tenía una poderosa fuerza vivificadora del cosmos en donde la muerte servía para mantener la vida, es una muestra de la complejidad ritual de los pueblos mesoamericanos y del carácter colectivo de la ceremonia. En la síntesis que de esta fiesta presenta Garibay, citando a Acosta Saignes (5), que distingue en ella once espectáculos bien precisos, se infiere la perturbadora sacralidad de la ceremonia, que duraba varios días. Para ilustrar esta vocación colectiva por el ritual, de la que participaron también los mayas, se hace referencia resumida de la ceremonia:

Comenzaba con la llegada al atardecer de danzantes que representaban a los tigres y a las águilas precediendo al sacerdote sacrificador, Yohuallahuana, «el que bebe la noche», acompañados de una larga procesión en donde se representan con disfraces los variados númenes de Anáhuac. En medio del estruendo de la música, los tambores, los caracoles, las flautas, grupos de danzas recorrían la ciudad hasta llegar a la piedra ceremonial, en donde, luego de dar a beber un licor que hacía valiente al cautivo, se hacía el sacrificio simbólico de una codorniz, para dar comienzo a un simulacro de lucha entre el cautivo -atado de un tobillo, con escudo blando y un palo sin puntas de obsidiana- que muere en esa lucha desigual y es sacrificado.
El sacrificio consistía en abrir el pecho del cautivo, sacarle el corazón y aún palpitante, ofrecerlo a los dioses, cortarle la cabeza que era tomada por los cabellos por los sacrificadores, para iniciar luego el «baile de las cabezas» o motzon- tecinaihtotiya, en el que un guerrero con disfraz de lobo, dando aullidos, precede el baile. Si como al efecto ocurría, a los sacrificados no sólo se les cortaba la cabeza, sino se les despellejaba y eran cientos los sacrificados en una sola ceremonia -por la avidez cada vez mayor de los dioses sedientos de la sangre de los hombres y la función simbólica, religiosa y política que esta fiesta cumplía entre los aztecas que ofrendaban sus víctimas para que el sol crepuscular de la quinta era no sumiera en tinieblas al universo- podemos imaginar la sobrecogedora duración del espectáculo.
Al día siguiente, se hacía el baile de los ministros de los templos, tequiquixtilo o «baile de saltos», con una gama notable de ropajes, disfraces de mariposas, peces, alimentos, ataviados con ristras de mazorcas o con rojas cabezas de bledos amarantinos. Luego se realizaba la competencia entre los de Tlalolco y los de Tenochtitlán, en medio de la danza y la música.
Terminada la ceremonia de los sacerdotes y los príncipes, siguen los bailes, acompañados de cantos, entre los capitanes de menor grado y los guerreros, como también de las gentes de toda condición, desde las familias hasta las mujeres «alegradoras», que eran el solaz de los guerreros.
Como es de suponerse, una fiesta de esta naturaleza no podía mantenerse entre los aztecas, porque contradecía radicalmente los principios cristianos respecto de la vida y por lo tanto fue totalmente abolida. Pero como los pueblos no renuncian tan fácil a su memoria cultural ni permiten el despojo de sus dioses, pervive en manifestaciones como el teatro a través de la representación simbólica, aunque sea de su enunciado ritual, como es el caso del Rabinal Achí, en donde precisamente se celebra implícitamente el sacrificio del varón de los Quechés por los caballeros águilas y jaguares revelando así variadas formas de la trascendencia ontológica.

Igual reflexión podríamos hacer respecto de los innumerables ritos y ceremonias que, entroncados con el pasado precolombino, lograron preservarse de la persecución cristiana y sobrevivieron, aunque sea incipientemente, en forma de poemas dramáticos, cantos sagrados y épico-religiosos entre los aztecas, mayas e incas; inclusive, de fiestas que aún se celebran en algunos pueblos, en donde es vigorosa la presencia de lo teatral, como es el caso de la danza del palo volador (6) el juego de la pelota y el baile de los gigantes entre los mayas, derivados del Popol Vuh, los rituales religiosos de sentido militar como el Huarachico de los quechuas en honor a Huari -dios de la virilidad-, las danzas fálicas de varios pueblos americanos, los festivales quechuas de Acataymita, con un fuerte contenido erótico. (7)

3. La poesía dramática

Ángel María Garibay destaca la importancia de los rituales religiosos como la base fundamental para la creación y el desarrollo de la poesía dramática, que pueden extrapolarse perfectamente al conjunto de las culturas prehispánicas más desarrolladas. Dice al respecto:

«Difícil es hallar en la historia de los cultos religiosos uno de ritual más complicado y aparatoso que el de los antiguos mexicanos... Si el término teatro dice referencia a la contemplación de los ojos, había aquí una vistosa serie de espectáculos, que eran solamente soporte de la música instrumental y del canto. Aquí y allá percibimos los vestigios de la farsa. En este punto, como en tantos otros, fue la emoción religiosa la que creó el espectáculo y la literatura que en este espectáculo se encarnaba» (8)

Es decir, confiere a la expresión religiosa colectiva un aspecto clave para el desarrollo de lo ritual, que sin duda alguna constituiría el punto de partida para la creación dramática, en la medida en que en ésta se representaba la ritualidad.

De la misma manera, Garibay piensa que a estas formas ceremoniales rituales, nacidas del alma del pueblo, es preciso agregar las creaciones en formas de cantos, bailes y recitaciones surgidas de los caudillos y jefes guerreros, que eran convocados para participar en unos concursos singulares de poesía, llamados Huehuetitlan, recogidos luego en los Cantares mexicanos y fuente fundamental para el estudio de la poesía náhuatl. Estos se realizaban en público, en una casa del Señor convocante, aderezada majestuosamente, y en ellos participaban los Señores y poetas más connotados, para una ceremonia festiva y de sentido simbólico, en la que se celebraba la amistad. Por estos cantos sabemos de la existencia de poetas que al mismo tiempo eran reyes o grandes señores como Nezahualcóyotl, Nezuahualpilli, Cuacuauhtzin, Cacamatzin, Tlacahuepan, Tlatecatzin Cuauchinanco, Tozcuatectli, Chahuichalotzin y otros, mencionados por León-Portilla y Garibay, siendo el más connotado el gran poeta Nezahual-cóyotl, del que José Luis Martínez hace un magnífico libro.(9)

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