Siempre he dicho que las personas (aunque estemos bastante distantes unas de otras) tendemos a pensar y opinar igual. Las coincidencias en determinados temas me ha sorprendido, máxime cuando tenemos ocupaciones o intereses iguales.
Esta vez quiero compartir un post escrito por Andrea Salmerón, quien es Licenciada en actuación por la Escuela Nacional
de Arte Teatral del INBA en México.
Ha sido actriz, asistente de dirección en teatro,
cine y publicidad, productora, guionista y directora audiovisual. En el ámbito
teatral, después de varios años de solamente producir, decidió volver a lo que
le apasiona: la dirección escénica y la escritura.
Ella ha titulado a su artículo "Un teatro suicida" y si bien es cierto lo presenta como un todo, me he tomado la licencia de dividirlo en dos partes adjudicándole un subtitulo a cada una.
Verán ustedes como la realidad del teatro mexicano no difiere en nada a la realidad de nuestro teatro aquí en Perú y me atrevería a decir que en toda Latino américa.
UN TEATRO SUICIDA
Primera parte: "La producción"
"En el mundo teatral de la Ciudad de México se produce una cantidad y
calidad de teatro formidables, con temporadas tan reducidas que ni el más
asiduo espectador podrá ver sino unas cuantas obras. Leo a menudo en Facebook
tristes despedidas: “Esta es la última oportunidad para vernos” “vengan, esto
se acaba”, “la obra que ha cambiado mi vida se termina”.
No entiendo. ¿Porqué terminar una espectáculo que ya está
producido? ¿Por qué no continuarlo, venderlo, promoverlo? ¿Lo único que importa
es producir? A veces me da la impresión de que nuestra escena se vuelve
desechable; o suicida. Un teatro que produce su propia muerte, que cava su
tumba desde la primera lectura.
El teatro suicida lucha por ser programado en un espacio
institucional con nómina pagada y diseña para ese espacio armatostes
inamovibles que al concluir la breve temporada se volverán basura en una
bodega. El teatro suicida es vertical -el director decide unilateralmente un
elenco temporal con actores que corren de un estreno a un ensayo a otra función-
y agoniza desde su estreno: dará 30 ó 40 funciones y “se terminará” aún cuando
una temporada institucional con nómina debiera facilitar la continuidad del
proyecto.
Diez años de combinar el mundo del teatro con el de la
publicidad me provoca pensar que en gran medida la culpa es de esas etiquetas
de “teatro comercial” y “teatro cultural” que deberíamos tirar a la basura,
pues todo teatro es cultura y todo teatro debiera ser comercial para ser
sustentable y vender el producto cultural. No se espanten si lo llamo producto;
así se llama lo que resulta de una producción. El producto es idealmente
redituable, si no vendemos, tenemos un montón de productos metidos en una
bodega; un completo fracaso comercial.
Vender el producto cultural es la única salvación de nuestro
teatro. La compañía entera debiera comprometerse con esta acción de vender. Por
supuesto que los actores, directores y diseñadores lo que quieren es crear. Lo
demás -vender, gestionar, promover, difundir, incluso producir- exige demasiado
trabajo y es aburrido. Nadie quiere hacerlo. He visto actores incapaces de
pegar un cartel, quejarse de la mala difusión de su obra, de la falta de apoyo
y la sala vacía.
¿Dónde está el público? la cantidad de puestas en escena
parece crecer inversamente proporcional al número de espectadores. Mientras la
difusión se vuelve cada vez más endogámica con gente de teatro esperando que
sus amigos de teatro llenen sus salas, el público sigue sin saber a donde ir al
teatro, donde buscarlo; sigue pensando que es caro, aunque en el cine gaste
más, sigue percibiendo al teatro como una actividad excluyente.
La difusión es el patito feo de los presupuestos teatrales;
se prioriza la nómina y los honorarios para que todos cobren aunque el teatro
esté vacío. Es el mundo al revés. No se hace teatro para cobrar; se hace para
el público. Para comunicar. Invertir en difusión tiempo o dinero o las dos
cosas llenarán el teatro y dará taquilla para pagar nóminas, además de
comprometer a todos con la venta del espectáculo.
A la difusión se le adjudica lo que sobra, siempre de mal
talante y apenas suficiente para imprimir postales, programas de mano y
carteles que nadie pega. Eso no es difusión. Difundir es divulgar la
información, extenderla al vulgo -el común de la gente popular- para llenar la
sala, es ir por ese público que no sabe, por los que no van al teatro. Suena
dificilísimo. Con tanta oferta en TV e Internet ¿Por qué tendría la gente que
tomarse la molestia de salir de su casa? ¿Qué les vamos a ofrecer para
atraerlos? ¡Vaya tarea!
Nadie la ha tenido fácil con tanta oferta; ni el cine, ni
las artes plásticas, ni las editoriales, ni la música. El público se está
moviendo y está en otro lado. Todos modifican sus modelos de producción, de
promoción, de medios, de pautas; los artistas escénicos deben moverse también.
Menos quejas y más propuestas de difusión, de venta, de promoción. Porque no es
lo mismo difundir que promover.
En lugar de quejarnos porque la gente no va al teatro,
pensemos en el público para llenar la sala ¿A quién está dirigida nuestra obra?
¿A quienes les puede interesar lo que tengo que decir? ¿Cómo le hacemos saber a
esa gente que estamos aquí presentando esto para ellos?
Urge promover las artes escénicas en general, no solamente
una obra. Propiciar el movimiento. Hay que crear público nuevo para todos, de lo
contrario el mismo público de siempre tendrá que repartirse entre más salas.
Jaque mate.
Por otro lado participo con entusiasmo del nacimiento del
teatro que se construye a sí mismo con necedad; un teatro de creadores
escénicos en compañías horizontales en las que nadie manda, sino que a manera
de poderosa Hidra, todos son cabezas yendo en una misma dirección; un teatro
que apuesta todo por el todo exigiendo apoyo pero produciendo sin esperar hasta
que se lo den.
El teatro vivo emerge de las grietas del teatro suicida,
exige espacios y los crea; busca la sustentabilidad, se agita, se promueve, se
pro-mueve se va haciendo de diez en diez, de doce en doce, de dos en dos, hasta
llegar a 100 representaciones o más; en teatro pequeños y aún más pequeños y en
plazas y patios.
Este teatro tan optimista, crecerá sólo si trasciende de la
producción a la venta del producto cultural; si logra transmitir al público su
importancia; que no es por nosotros -los creadores- que estamos haciendo
teatro, sino por ellos, el público. Conseguir que el público se vea en
nosotros. Si quiere. Y querrá si lo incluimos y lo hacemos sentir importante.
También, claro, podríamos acercarnos a ellos, salirnos de la cueva oscura del
edificio teatral, volvernos transportables y menos exigentes.
No es el teatrista que se erige estoico ante la adversidad
quien mantiene vivo al teatro. Solamente el espectador, el público, si se
siente invitado, tiene ese poder. El público puede revivir incluso a un teatro
suicida".
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